ÚLTIMA HORA
2 mayo 2011
Por Mario Mora Legaspi
Antes que nada, agradezco la hospitalidad del amigo y colega Mario César Macías Zúñiga por darme la oportunidad de colaborar en este importante esfuerzo informativo que ha emprendido a la cabeza de un puñado de jóvenes promesas del periodismo local y destacados colaboradores.
Pero el agradecimiento es doble, porque me da la gran oportunidad de reiniciar la columna “Algo Pasa en la Calle” que creó mi finado padre Mario Mora Barba, maestro de periodistas y maestro de maestros. Esto último lo digo porque él daba clases de capacitación a maestros de primaria y secundaria.
Este renacimiento de su columna es una manera de honrar su memoria.
Pero entremos en materia.
Nadie duda a estas alturas que nuestra sociedad se está llenando de violencia.
Usted y yo estamos cada vez más atemorizados por ella. Tememos salir a la calle, sobre todo de noche, porque no sabemos que nos va a pasar. Las mujeres jóvenes, que empezaban a disfrutar de mayor capacidad de movimiento, que salían solas a cualquier hora del día o de la noche, ahora prefieren no arriesgarse y, si asisten a una fiesta, prefieren que sea en lugares seguros, en casas de personas conocidas y andan nuevamente en grupo.
Los jóvenes ya no están tan cómodos como antes, y tienen más cuidado en la forma en que manejan, en el modo en cómo cruzan miradas con desconocidos, en la manera en que se dirigen a otras personas. Saben que cualquiera puede representar un peligro real y aun cuando se contienen más que nunca antes, la agresividad generada en ellos va a terminar saliendo por algún lado.
Hace días, una joven me comentó que estaba en una fiesta privada, con música y bebidas alcohólicas, pero sin excesos, cuando escucharon detonaciones de rifles de alto poder, muy cerca de donde estaba la fiesta.
Salieron para ver qué pasaba y vieron movimiento en la calle, lo que asustó a todos. Vieron que se estaban desplegando grupos de hombres armados y se encerraron en la casa, pero fueron detectados por esos hombres.
Tocaron a la puerta y los jóvenes abrieron. No podían hacer otra cosa. Algunos se escondieron. Entraron los hombres a la casa y los conminaron a levantar los brazos, en obvia señal de rendición y para estar ellos seguros de que aquellos chicos no iban a usar armas.
Eran policías, pero como iban encapuchados, los jóvenes no estaban seguros de sus intenciones, porque no podían ver sus rostros ni su expresión facial.
No les hicieron nada: buscaban armas que no encontraron y poco después se fueron. Ella aún tiene pesadillas y no puede dormir tranquila desde entonces. Se asustó tanto que todavía conserva un ligero temblor en las manos.
Pero también las escuelas están siendo sometidas a una violencia que nunca antes se había visto. ¿Y cuál es el efecto que una situación así podría causar, tanto en los niños como en los docentes?
En los niños podrán manifestarse desde problemas académicos, causados por el estrés al que fueron sometidos, trastornos de aprendizaje de leves a graves, hasta trastornos de deterioro cognoscitivo, alimentario, tics y algunos otros causados por el ambiente de extrema tensión al que se vieron sometidos.
Y en los maestros también podrá haber consecuencias alteradoras del comportamiento: crisis de angustia, trastornos de estrés postraumático, de estrés agudo, que seguramente alterarán sus relaciones familiares y escolares.
Ya antes de esto, la situación para los docentes no era nada fácil. No solamente en estas colonias, sino en todo el país, los maestros han sido amenazados, se les ha tildado de flojos y faltos de preparación y, para colmo, se les amenaza con la pérdida de su aguinaldo a manos de grupos de la delincuencia organizada.
Y además, los profesores, según estudios de la Organización Internacional del Trabajo, están siendo objeto cada vez con más frecuencia de violencia verbal y física no solamente en los centros de trabajo y en el entorno escolar, lo que según esta prestigiosa organización, ha hecho que la profesión magisterial esté siendo reconocida como de alto riesgo, con indicadores clínicos de estrés grave en más de 50% de los docentes.
Y aún queremos (y debemos pedirles) que la educación que impartan sea de la más alta calidad posible. El problema es que además de tener un salario no muy alto y una gran carga de trabajo, cuenta con nula asistencia profesional, psicológica y médica para superar el impacto de los conflictos laborales en su persona.
Si la situación sigue así, en poco tiempo veremos florecer situaciones de extrema violencia tanto en la calle, en las escuelas y en las familias. Y tendremos que lamentarnos de que no hicimos, hoy, lo suficiente para detenerla.
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